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El director, actor, dramaturgo, docente y músico marplatense Guillermo Yanícola falleció este domingo 1ero de septiembre, día en el que cumplía 53 años. Un artista querido, respetado y admirado en la ciudad que actualmente estaba presentando tres de sus obras en el 3er Festival de Teatro Independiente (“Los cinco grandes del malhumor”, “Festival Salvatti” y “Actores extranjeros”).Por Sebastián Ruau

 

Cuando era chico tenía una libreta en la que me anotaba las fechas de cumpleaños de amigos, conocidos y familiares, para no olvidarme de saludarlos. Esa lista, primero estaba escrita a mano, y después la imprimía cada año, con algunos agregados. Cuando apareció Internet y las redes sociales, ya no tuve que hacerlo. Y hoy, Facebook me recordó que Guillermo Yanícola cumplía años, al mismo tiempo que me enteraba de su fallecimiento.

Inmediatamente, se me aparecieron en la mente fotos y afiches de sus obras de teatro, de los momentos en los que lo entrevisté o tuve contacto con él para poder difundir su arte.

Y precisamente eso lo definía, el arte. Sus obras entretenían, divertían, provocaban reflexión, y admiración, todas por su creatividad. Con una mesa o un cuadrado en el piso, hacía que actores con pocas palabras contaran y asombraran con historias (“Mesa” y “Al cuadrado” con la Compañía The Sastre) ; o se metía en dos edificios distintos, espiando departamentos en los que de todo pasaba, pero todos terminaban en la terraza viendo la nevada del 1/8/91 (“Edificios Torre A & B”); o hacía que el espectador estuviera en el escenario, y los actores caminaran en el espacio restante, relatando sus vidas (“Caminat”); o “inventara” un idioma, una especie de italiano improvisado, delirante, pero entendible (“La bella dispersione”); o hacía un monólogo de alguien que no podía superar que lo habían dejado, y se torturaba con canciones románticas (“Musas”); o era un actor retirado en un geriátrico que, junto a dos colegas, representaba como podía a Shakespeare (“Tres viejos bardos”)

Y así podría seguir enumerando sus obras, cada una con sus particularidades y ese “sello Yanícola”.

Y el “colmo” (en el buen sentido) de esa creatividad, sería cuando me contara que una de sus obras la estrenaría en su propia casa. Hasta que fue el estreno, me imaginaba como sería ese espacio, ya que anunciaba que el espectador recorrería los ambientes siguiendo la historia de un escritor que tenía muchas ideas, pero no las podía unir para hacer una obra. Cualquier parecido con la realidad, era pura coincidencia. La cuestión fue que se transformó en una obra, y mientras uno esperaba en la entrada de la casa, ya se podía ver al actor que lo representaba, escribiendo y desechando papeles, mientras surgía un monólogo desde la cocina, y luego el propio Yanícola invitaba a pasar a otro ambiente, y mientras tanto se metía en la ducha. Los espectadores salíamos al patío y lo veíamos desde el ventiluz, cantando en la ducha….

Todos esos recuerdos, multiplicados por miles de espectadores, quedarán de aquí en adelante. Porque la llegada del arte es infinita e invisible. Palabras, risas, frases, miradas, historias, situaciones que llegan, inspiran, son espejos, entretienen, emocionan, trasforman… Y el autor ni se entera de todo esto. Simplemente crea y pone en escena. La magia del arte hace el resto.

Gracias por tu arte, Guille.

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